Salte la navegación

Monthly Archives: enero 2009

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Toda una noche para mí tenerte

sumisa a mi violencia y mi ternura;

toda una larga noche sin premura,

sin nada que nos turbe o nos alerte.

 

Para vencerte y vencerte y vencerte,

y para entrar a saco sin mesura

en los tesoros de tu carne pura,

hasta dejártela feliz e inerte.

 

Y al fin mirar con límpida mirada

tu cuerpo altivo junto a mí dormido

de grandes rosas malvas florecido,

y tu sonrisa dulce y fatigada,

 

cuando ya mis caricias no te quemen,

mujer ahíta de placer y semen.

 

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Entre los tibios muslos te palpita

un negro corazón febril y hendido

de remoto y sonámbulo latido

que entre oscuras raíces se suscita;

 

un corazón velludo que me invita,

más que el otro cordial y estremecido,

a entrar como en mi casa o en mi nido

hasta tocar el grito que te habita.

 

Cuando yaces desnuda toda, cuando

te abres de piernas ávida y temblando

y hasta tu fondo frente a mí te hiendes,

 

un corazón puedes abrir, y si entro

con la lengua en la entraña que me tiendes,

puedo besar tu corazón por dentro.

 

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(Soneto a la inglesa)

 

 

Todo hombre sin mujer es un Crusoe.

Naúfrago de tu ausencia, me rodeo

del simulacro gris de un ajetreo

cuya nostalgia sin piedad me roe.

 

Y al correr de los días o los años,

voy odiando mi edén entre las olas,

y mi siembra de amor erguida a solas,

y mi semen tragado por los caños.

 

No la caza triunfal, ni el fruto en ciernes;

no el perro, ni el paraguas, ni la mona;

no el papagayo o el hogar o un Viernes;

sólo un sueño imposible me obsesiona:

 

por entre escollos y corales y algas,

nadar hasta la costa de tus nalgas.

 

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Estas tardes ya frescas, en que nada

la fiebre en la luz perla, y que conmueve

el amor de la brisa niña y leve

y de su intrusa naricilla helada,

 

y en que rumiamos toda la jornada

el suave abrazo que el hogar nos debe,

sé que en mi casa en cambio no se mueve

ninguna brasa fúlgida y sahumada:

 

falta entre mis anémicas paredes

el rescoldo que, oculto en la hosca lana

de un pubis de mujer, irradia y mana,

fuente y pan de mis hambres y mis sedes:

 

le falta al frondor rojo de mi otoño

la pavesa recóndita de un coño.

 

 

 

 

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portada Paseo de los tristesI Renta y diario de amor

«Voy contra mi interés en confesarlo, / no obstante, amada mía, / pienso cual tú que una oda sólo es buena / de un billete del Banco al dorso escrita.» GUSTAVO ADOLFO BECKER

Tú me dueles, amor, pero te canto

y es el gusano que en la carne horada,

no torbellino sino abrazo lento,

sí razón o temor, sí bárbaro camino.

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Ni siquiera la muerte ni tus ojos.

Ni siquiera el amor.

No podemos saldar en un instante

la renta del dolor.

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El autobús

me ha dejado a la puerta de tu casa.

El autobús

no puede recorrer otra distancia.

El autobús

no sabe lo que pasa entre nosotros

ni yo ni tú.

(Javier Egea, Paseo de los tristes, Diputación de Granada, 1999)

 

Las navegaciones más frecuentes del Mar del Sur son del Perú a Panamá, y de aquí a Nueva España y Filipinas, que las que se hacen del Perú a Chile son las menos. De donde se ve que la fuerza de las navegaciones del Mar del Sur se contiene dentro de los trópicos, y como aquí, por la poca altura del polo, tiene tanta fuerza el sol, no da lugar a que los vientos se enfurezcan tanto, ni duren tanto tiempo las tempestades como en aquellas partes que están fuera del trópico y se avecinan más al polo, de donde, finalmente,  se sigue que, como la mayor frecuencia del navegar en este mar es por las partes más calientes y menos expuestas a los rigores del invierno, porque éste no tiene fuerza dentro de la zona tórrida, sino fuera de ella, hacia los polos, comenzaron los navegantes y gente de mar a llamar a este mar Pacífico, dándole la denominación por los buenos efectos que en él experimentan. Al contrario es en el Mar del Norte, porque la mayor frecuencia de las navegaciones es fuera de los trópicos, donde, por tener el sol menos fuerza, la tiene mayor el invierno para enfurecerse más, turbar el mar y alborotarlo con las tempestades que se ven; y como los europeos que comenzaron a navegar el Mar del Sur iban hechos a los peligros a que andan expuestos de ordinario en el Mar del Norte, y se toparan con un mar tan de leche como el que hallaron debajo de la línea y en todas aquellas partes del comercio de la Nueva España con Panamá y el Perú, dieron en llamarle Mar Pacífico, sin meterse en averiguar la causa de la diferencia de estos efectos que en el uno y otro mar experimentaron, que si hubieran de ajustar la denominación con los que se experimentan en el mesmo Mar del Sur, fuera del trópico de Capricornio, es cierto que no tan fácilmente se la hubieran dado de Pacífico. Bien sé que asentará este discurso a los que hubieren hecho alguna experiencia de los rigores con que el mar suele ejercitar a los navegantes por todas aquellas costas de Chile, que corren de veinte y seis grados de altura hasta cincuenta y tres y cincuenta y cuatro*, porque desde que comienza el invierno no se pueden navegar, sino con manifiesto peligro, por las borrascas y tempestades. (…) Por manera que el nombre de Pacífico no le conviene al Mar del Sur absolutamente, según todas sus partes, sino solamente por las del mayor comercio, que por estar éstas dentro de los trópicos, están más libres de tempestades.

 

Alonso de Ovalle, Histórica relación del reino de Chile (Roma, 1646).

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